Hoy nuestros corazones están con aquellos a los que se conocen como “los soñadores”—esos jóvenes, mujeres y hombres, que fueron traídos a este país de niños, que se criaron aquí y cuya primera identidad cultural y nacional es estadounidense. Creemos que estos jóvenes son hijos de Dios y que merecen una oportunidad de vivir vidas plenas, libres del temor a la deportación a países que pueden nunca haber conocido y cuyos idiomas puede que no hablen. Como personas de fe, nuestra obligación es en primer lugar con los más vulnerables, especialmente los niños. En este momento, somos llamados por Dios a proteger a los Soñadores de ser castigados por algo en lo que no tuvieron ninguna participación voluntaria.
Desde 2012, los individuos que son indocumentados y que fueron traídos de niños a EE.UU. se han beneficiado del programa de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA por su sigla en inglés). A través de este programa, los que cumplen los requisitos tienen la oportunidad de obtener un permiso de trabajo y estar amparados de la deportación. Los casi 800.000 beneficiarios de DACA han demostrado que, cuando se les da la oportunidad, salen adelante y contribuyen positivamente a nuestro país. Sin la protección que ha brindado el DACA o una solución legislativa, estos jóvenes vivirán con miedo al arresto, la detención y la deportación a países que ellos puede que no recuerden. En seis meses esos temores pueden convertirse en realidad, en consecuencia debemos utilizar ese tiempo inteligentemente para abogar por su protección.
La Iglesia Episcopal apoya a estos jóvenes indocumentados como parte de nuestro compromiso de décadas de acompañar a los inmigrantes y refugiados. A partir de ese compromiso, llamamos a nuestra nación a vivir a la altura de sus más elevados ideales y de sus más caros valores, y llamamos al Congreso a tomar medidas para proteger a estos jóvenes y para formular una política de inmigración global que sea moral y coherente y que les dé la oportunidad a los inmigrantes que quieren contribuir con este país de hacerlo así, al tiempo que mantenemos nuestras fronteras seguras ante los que se dedican al tráfico de drogas, a la trata de seres humanos o al terror. Estamos comprometidos a trabajar activamente, tanto por la aprobación en el Congreso de una Ley del Sueño [Dream Act] con apoyo bipartidario, como de una reforma migratoria global, y proporcionaremos materiales a los episcopales que quieran participar en este empeño.
Para aquellos de nosotros que seguimos a Jesucristo, nuestros valores cristianos están en juego. El cuidado humano y amoroso por el desconocido, el extranjero y el forastero se considera un deber sagrado y un valor moral para los que hemos decidido seguir el camino de Dios. En su parábola del juicio final, Jesús encomió a los que acogieron al extraño y condenó a los que no lo hicieron (Mt. 25:35 & 25:43). Esta enseñanza de Jesús se basaba en la ley de Moisés que le dice al pueblo de Dios: “Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo el Señor vuestro Dios”. (Levítico 19:33-35).
Estamos con los Soñadores y haremos todo que podamos para apoyarlos, al tiempo que trabajamos en pro de una reforma migratoria que verdaderamente refleje lo mejor de nuestros valores espirituales y morales como pueblo de fe y como ciudadanos de los Estados Unidos.