Traducción al español a continuación

Hope in the face of Despair.

In the deep recesses of our souls, where anguish and sadness often hide, a promise whispers hope. The Psalmist captures this beautifully in Psalm 147:3, declaring, “God heals the brokenhearted and binds up their wounds.” This stands as a testament to the Creator Spirit’s boundless compassion, assuring us that even when life breaks our hearts, when people hurt us, the Holy Spirit actively mends us on a path of healing.

Naomi’s journey, richly depicted in scripture, had its share of desolate valleys. Loss, grief, and overwhelming despair confronted her. Yet, even in her bleakest moments, hope’s light shone brightly, echoing the Psalm’s promise. The unwavering loyalty of Ruth, their collective return to Bethlehem, and Obed’s birth all signify divine acts of healing and renewal.

Similarly, the desert mothers found profound spiritual truths amidst the starkness of the desert. While challenges marked their lives, they also bore witness to God’s active healing. Amma Syncletica, Amma Sarah, and Amma Theodora, through their wisdom and tenacity, serve as reminders that even in adversity, God’s presence pours out hope.

St. Oscar Romero powerfully asserted, “If a church doesn’t provoke any crises, if a gospel doesn’t unsettle, if the word of God neither challenges nor addresses the society’s real sin—what kind of gospel is that?” This compelling statement urges us to face our world’s truths, to become catalysts for change, and to harness the Gospel’s transformative power to heal both individuals and communities.

So, how can we kindle hope today? By recognizing our brokenness as the start of a new chapter. By understanding that God walks the healing journey with us, hand in hand, heart in heart. By believing that our stories, much like those of Naomi and the desert mothers, can shift from pain to healing. And by ensuring that the Gospel we embody and share actively challenges, heals, reshapes, and transforms.

In life’s intricate tapestry, threads of pain and joy intertwine. But with the Holy Spirit guiding each weave, a breathtaking masterpiece takes shape. Let’s embrace this hope, letting it heal, invigorate, and propel us forward. Sending heartfelt blessings to you, dear Deputies, as we joyfully celebrate and find inspiration in Latino and Hispanic Heritage Month.


Esperanza frente a la desesperación.

En lo más profundo de nuestras almas, donde a menudo se esconden la angustia y la tristeza, una promesa susurra esperanza. El salmista lo capta maravillosamente en el Salmo 147:3, declarando: “Dios sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas”. Esto es una evidencia de la compasión sin límites del Espíritu Creador, que nos asegura que incluso cuando la vida nos rompe el corazón, cuando la gente nos hiere, el Espíritu Santo nos alivia constantemente en un camino de sanación.

El viaje de Noemí, profusamente descrito en las Escrituras, tuvo su parte de valles desolados. Se enfrentó a la pérdida, al dolor y a una desesperación abrumadora. Sin embargo, incluso en sus momentos más sombríos, la luz de la esperanza brilló con fuerza, haciéndose eco de la promesa del Salmo. La lealtad inquebrantable de Rut, su regreso colectivo a Belén y el nacimiento de Obed significan actos divinos de sanación y renovación.

Del mismo modo, las madres del desierto encontraron profundas verdades espirituales en medio de la oscuridad del desierto. Aunque sus vidas estuvieron marcadas por los desafíos, también fueron testigos de la sanación activa de Dios. Amma Syncletica, Amma Sarah y Amma Theodora, con su sabiduría y tenacidad, nos recuerdan que, incluso en la adversidad, la presencia de Dios derrama esperanza.

San Óscar Romero afirmó con fuerza: “Si una Iglesia no provoca ninguna crisis, si un Evangelio no inquieta, si la palabra de Dios no interpela ni aborda el verdadero pecado de la sociedad, ¿qué clase de Evangelio es ése?”. Esta convincente afirmación nos insta a afrontar las verdades de nuestro mundo, a convertirnos en catalizadores del cambio y a aprovechar el poder transformador del Evangelio para sanar tanto a las personas como a las comunidades.

Entonces, ¿cómo podemos encender la esperanza hoy? Reconociendo nuestro quebranto como el comienzo de un nuevo capítulo. Comprendiendo que Dios recorre el camino de sanación con nosotros, mano a mano, corazón a corazón. Creyendo que nuestras historias, como las de Noemí y las madres del desierto, pueden pasar del dolor a la curación. Y asegurándonos de que el Evangelio que encarnamos y compartimos desafía, sana, remodela y transforma activamente.

En el intrincado tapiz de la vida, los hilos del dolor y la alegría se entrelazan. Pero con el Espíritu Santo guiando cada tejido, toma forma una obra maestra impresionante. Abracemos esta esperanza, dejando que nos cure, nos vigorice y nos impulse hacia adelante. Les envío mis más sinceras bendiciones, queridos Diputados, mientras celebramos con alegría y encontramos inspiración en el Mes de la Herencia Latina e Hispana.