Hola y bienvenidos a esta reunión en línea del Consejo Ejecutivo. ¡Estamos empezando a hacerlo bien reuniéndonos de esta manera!
Estoy agradecida por esta tecnología que permite que nuestro trabajo continúe, pero sólo porque se ha convertido en una rutina, no quiero minimizar la tensión que supone para muchos de nosotros y el personal que apoya nuestro trabajo. Gracias por su continua perseverancia frente a la fatiga del Zoom, los perros que ladran, los niños en casa de la escuela, el wifi doméstico con fallas y los desafíos interminables del botón de silencio, sin mencionar la incertidumbre económica, las tasas de infección del COVID en espiral y una crisis existencial en la democracia de Estados Unidos. Les vemos y les estamos agradecidos.
Quiero dedicar mi tiempo hoy a reflexionar con ustedes sobre lo que creo que nuestra iglesia está llamada a hacer con respecto a las fuerzas que precipitaron la crisis en el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero. Pero primero, porque ha habido muy poco que celebrar en los últimos meses, quiero señalar alguna buena nueva:
El miércoles por la tarde, pocas horas después de su toma de posesión, el presidente Biden emitió un decreto que ponía plenamente en vigor el fallo del Tribunal Supremo de junio de 2020 en Bostock vs. el Condado de Clayton, que sostiene que la Ley de Derechos Civiles de 1964 prohíbe la discriminación laboral contra las personas LGBTQ. En 2019, el Obispo Primado y yo tuvimos el honor de ser los firmantes principales [solo disponible en inglés] de un amicus curiae presentado ante el Tribunal Supremo en el caso Bostock. En ese documento, nos unimos a más de 720 clérigos y líderes religiosos para declarar que nuestras creencias religiosas nos obligan a apoyar la protección igualitaria bajo el imperio de la ley de las personas LGBTQ. Nuestra posición, como todas las posiciones de política pública de la Iglesia Episcopal, se basó en las decisiones de la Convención General, en este caso, en múltiples resoluciones que se remontan a 1976.
Aunque el fallo del Tribunal Supremo tiene más de seis meses, el anterior gobierno no la había implementado, por lo que el decreto de ayer marca la primera vez que las personas LGBTQ tienen garantizadas las protecciones legales mandadas por el Tribunal. Esta es una victoria enorme, y solo porque llegó en un día tan trascendental no se le ha prestado mucha atención.
La gente a veces me pregunta sobre el sentido de las resoluciones de la Convención General en asuntos de política pública, e incluso cuestionan si sientan alguna pauta. Ayer, vimos culminar la labor y el testimonio de muchas convenciones generales cuando se corrigió un error de larga data. Esta semana, el testimonio de la Iglesia Episcopal marcó la diferencia al acercar a Estados Unidos a la justicia para todos los hijos de Dios, y por eso estoy muy agradecida.
Ahora, desafortunadamente, no todo el tiempo de transmisión reciente del cristianismo ha sido tan bueno. Probablemente hayan visto, como yo, la cobertura mediática que detalla cómo el nacionalismo cristiano blanco alimentó la insurrección en el Capitolio Federal el 6 de enero. Los carteles, pancartas y banderas que llevaban los amotinados declaraban su lealtad a Jesús y al ex presidente, a veces confundiéndolos, y juraban fidelidad a Dios, a las armas y a Estados Unidos. Un grupo se autodenominó por Josué cuando libraba la batalla de Jericó, marchando para hacer «derribar los muros de la corrupción». Otros describieron visiones de Dios respaldando sus empeños de anular los resultados de las elecciones presidenciales o afirmaron que sus esfuerzos por salvar a Estados Unidos de la «tiranía» estaban inspirados por Dios.
Las historias, signos y símbolos de nuestra fe están siendo utilizados violentamente por personas que quieren establecer una nación en la que el poder y los privilegios estén exclusivamente en manos de cristianos blancos. No se trata simplemente de una serie de desacuerdos políticos entre liberales y conservadores, entre personas que quieren que los funcionarios electos promulguen leyes basadas en un conjunto de valores en lugar de otro. Es terrorismo interno. Como dijo la autora Katherine Stewart en una entrevista en Sojourners [solo disponible en inglés] en marzo pasado:
… El nacionalismo cristiano no cree en la democracia pluralista moderna. Su objetivo es crear un nuevo tipo de orden, en que los líderes nacionalistas cristianos, junto con los miembros de ciertas religiones aprobadas y sus aliados políticos, disfrutarán de posiciones de privilegio excepcional en la política, el derecho y la sociedad. Se trata, pues, de un movimiento político y su objetivo es, en última instancia, el poder. No busca agregar otra voz a la democracia pluralista de Estados Unidos, sino más bien colocar nuestros principios e instituciones democráticos fundacionales con un estado basado en una versión particular de la religión, y lo que algunos adherentes llaman una cosmovisión bíblica.
En estos días difíciles, cuando nuestro país necesita con tanta urgencia recobrarse, es tentador, al menos para mí, cambiar la vista cuando nos encontramos con nacionalistas cristianos. No somos ese tipo de cristianos, pensamos. Queremos creer que si simplemente ventilamos nuestras diferencias o construimos relaciones con personas al otro lado de la división política, podemos dejar atrás esta terrible pesadilla. Esperamos y rezamos para que ahora se acabe porque el ex presidente está fuera del cargo y fuera de Twitter.
Pero el uso del cristianismo para promover el extremismo supremacista blanco no comenzó en 2016 y no terminó al mediodía del miércoles. Este movimiento violento y excluyente va en aumento en Estados Unidos, y aquellos de nosotros que creemos que Dios nos está llamando hacia una visión muy diferente, hacia la Amada Comunidad, tenemos la responsabilidad especial de enfrentarnos a él. Si no le decimos al mundo que no es cristianismo, entonces, ¿quién lo hará?
En octubre pasado, nuestra Oficina de Relaciones Gubernamentales [OGR, por su sigla en inglés] nos proporcionó un libro blanco sobre las formas en que nuestra Iglesia podría considerar participar en empeños de desradicalización que procuran llegar a aquellos que se han unido a grupos extremistas y a los que son tentados por ellos. Otras provincias de la Comunión Anglicana han emprendido esta tarea, por lo que hay modelos a seguir y socios a consultar. Aquí hay un pasaje de ese documento de la OGR:
La Iglesia Episcopal tiene la oportunidad de responder a esta amenaza ofreciendo una «vía de salida» para aquellos que se han unido a grupos de extremismo, ampliando la posibilidad de reconciliación y de perdón. La Iglesia puede evitar que aquellos que están a punto de unirse a grupos extremistas radicales lo hagan, vacunando a los jóvenes para que no sucumban a estas ideologías. Muchas personas en riesgo aún tienen conexiones con la comunidad a través de las iglesias, ya sea a través de amigos, familiares o miembros de la comunidad. Con la programación implementada, los líderes del clero y de la Iglesia que estén capacitados en este tipo de divulgación podrían ayudar a que los jóvenes regresen a las comunidades e iglesias.
No le prestamos mucha atención a la necesidad de un trabajo de desradicalización en octubre. Sospecho que algunos de nosotros pensamos que era una reacción exagerada, o que podría ser divisionista sugerir que personas con ideas políticas diferentes a las nuestras son peligrosas, o que las cosas se calmarían después de las elecciones. Y ciertamente, no pretendo sugerir que todos los que votan por la lista contraría a la mía sean enemigos de la democracia o peligrosos terroristas. Ha habido ocasiones en el pasado en las que mi esposo y yo nos anulamos mutuamente los votos y llevamos 44 años de casados. Sé con certeza que él no es un extremista; Espero que él diga lo mismo de mí, al menos la mayoría de los días.
Pero este problema parece diferente ahora, ¿no es verdad? Hemos visto con nuestros propios ojos horrorizados lo que el nacionalismo cristiano puede hacerle al Capitolio, al Congreso y al país. Sabemos que sensación repugnante da ver los símbolos y signos que tanto apreciamos utilizados para justificar el terror. Hemos visto nuestra ciudad capital ocupada por miles de soldados debido a amenazas creíbles de violencia contra nuestro gobierno y temimos por la vida de nuestros funcionarios electos.
Como líderes cristianos que entienden que Jesús nos llama a vivir en armonía con todos los hijos de Dios, creo que debemos volver a ver cómo podemos ser agentes de paz a través de la tarea de desradicalizar a los que distorsionan nuestra fe de manera mortal y destructiva. Entiendo que el Comité Permanente Conjunto de la Misión dentro de la Iglesia Episcopal comenzó este diálogo en nuestra última reunión, y espero que traigan una resolución al pleno para que la consideremos en esta reunión a fin de que podamos empezar a tomar esta idea en serio.
Gracias, como siempre, por su trabajo, en nombre de nuestra amada Iglesia y de las comunidades a las que servimos.