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A continuación ofrecemos el discurso inaugural, preparado para publicación, de la Presidenta de la Cámara de Diputados Julia Ayala Harris ante el Consejo Ejecutivo de la Iglesia Episcopal, reunido del 23 al 25 de junio en Linthicum Heights, Maryland. 
 
Buenos días, queridos amigos y compañeros en esta sagrada labor.

Hace tan solo unos días, hablé con un joven transexual de 18 años de nombre Finn, quien vive en un estado republicano en pleno centro del país. Recibió atención para la afirmación de género cuando era adolescente y ahora está prosperando: es una persona sana, alegre y plenamente arraigada en su identidad.

Hablamos de la reciente decisión que tomó el Tribunal Supremo en la que mantuvieron la prohibición de Tennessee de ofrecer atención para la afirmación de género a menores, y de sus devastadoras implicaciones. Le pregunté qué esperaba que dijera la Iglesia en un momento así. Hizo una pausa, me miró a los ojos y dijo: “¡Dígales lo que ha visto con sus propios ojos!”. Finn me desafió a dar testimonio de la alegría trans.

Y así lo he hecho. He comprobado que la atención para la afirmación de género salva vidas, especialmente las de los menores. La Iglesia Episcopal hizo público y pastoral ese testimonio en 2022 a través de la Resolución D066 que afirma que todas las personas, de todas las edades, deben tener acceso a una atención para la afirmación de género, y le pide a la iglesia que apoye una legislación acorde con esta afirmación. Así que permítanme empezar con eso.

A todos los jóvenes transexuales que escuchen o lean estas palabras: los veo. Los amo. Ustedes están maravillosamente hechos a la imagen de Dios, elaborados con dignidad sagrada. No son un error. Dios no se equivocó cuando los hizo trans. Merecen vivir con toda la verdad de lo que son, con dignidad, alegría y respeto.

La historia de Finn nos recuerda que los trastornos mundiales que estamos presenciando no son abstractos, sino que tienen nombres, rostros y una dignidad sagrada. Su historia es una de muchas: cada una revela lo mucho que está en juego en este momento y la sagrada responsabilidad que tenemos como líderes, como iglesia y como seguidores de Jesús.

Porque este momento no es solo personal: es profundamente político, profundamente moral y espiritual.
 
Nos reunimos en un momento de profundos trastornos en nuestros vecindarios, en nuestra nación, en el mundo, a nivel global, nacional e institucional. Gritamos ante este profundo desmoronamiento de la interconexión, la confianza institucional y las normas de moralidad. La guerra hace estragos en Oriente Medio y Tierra Santa, destruye vecindarios y deja niños hambrientos.
 
En Estados Unidos, el nacionalismo cristiano blanco sigue aumentando, derribando valores largamente proclamados de libertad y elección en favor del control y el poder. Hemos visto asesinatos de líderes políticos, ataques contra los derechos de nuestros niños transexuales y el enfrentamiento del derecho a la libertad de expresión con el control militar. Hemos visto familias destrozadas, cómo se llevan a sus hijos de las escuelas, a los padres de los supermercados, a los jóvenes, incluso mientras participan plenamente en los mecanismos legales de asilo y migración durante sus citas y audiencias. En todo el país y en todo el mundo hay oleadas de protestas que exigen justicia y rendición de cuentas.
 
Este no es un momento de caos. Es un momento de consecuencias. Las tácticas de las que estamos siendo testigos no son aleatorias, son estratégicas: esfuerzos deliberados para que las instituciones públicas se les unan, para erosionar el estado de derecho y borrar las líneas divisorias entre la fe y el estado. Estos son los rasgos distintivos de lo que los estudiosos denominan captura teocrática y del estado: la fusión sistemática de la autoridad religiosa y política que reconfigura la forma en que el poder funciona en nuestro mundo.
 
En un momento así, las instituciones como la nuestra no deben retroceder. Debemos hacer lo que Jesús nos enseñó: orar y amar en comunidad, servir a los más vulnerables entre nosotros, actuar con justicia y misericordia.
 
Porque amigos, incluso en medio de esta crueldad y trastorno, vemos señales del movimiento del Espíritu: comunidades que eligen solidaridad en lugar de división, jóvenes que exigen justicia, comunidades de fe que apoyan valientemente a los vulnerables.
 
Con este telón de fondo, nosotros, como episcopales y seguidores de Cristo, estamos llamados no solo a orar, sino a actuar; no solo en la crisis, sino en la alianza; no solo a consolar, sino a profundizar nuestro llamado. Cuando las instituciones se fracturan y la verdad está en la mira, debemos intervenir si el silencio se vuelve una bendición para la injusticia. Debemos volvernos audaces.
 
Durante la época del Acuerdo General de Paz en lo que hoy es Sudán del Sur, el gobierno interino semiautónomo se colapsó en 2006. Yo tenía 25 años, y vivía y trabajaba en una comunidad que se enfrentaba a un conflicto violento y al colapso de la sociedad. Fui testigo de que la iglesia es la que mantiene unido el tejido social. Las iglesias se convirtieron en escuelas, clínicas, portavoces de la verdad profética y pastoras del dolor de la gente. Fui testigo de primera mano de que cuando el estado se disuelve o se vuelve contra su pueblo, a menudo es la iglesia la que se interpone en la brecha.
 
Aunque no siempre hemos estado a la altura de nuestro llamado, como episcopales tenemos una profunda tradición de resiliencia, de hablar con la verdad y de una valentía arraigada en el Evangelio. La Iglesia Episcopal se creó para tiempos como este.
 
En esta reunión del Consejo Ejecutivo, emprenderemos la necesaria labor de fortalecer nuestra institución, no de lograr la estabilidad por sí misma, sino para que, con pie firme y propósito común, podamos proclamar más claramente el Evangelio y permanecer en solidaridad y en servicio de los vulnerables.

Este es un momento como el de Jeremías.

En Jeremías 36, el profeta dicta un manuscrito: una advertencia y una esperanza. Se lo llevan al rey, quien lo lee, lo rompe en pedazos y lo arroja al fuego. Columna por columna, la Palabra se consume y se convierte en cenizas.

Pero el manuscrito se había conservado primero en la cámara del secretario Elishama, un espacio de testimonio y mantenimiento de registros. Y cuando el manuscrito fue destruido, Jeremías simplemente dijo: “Escríbanlo de nuevo”. Y así fue.
 
Así es el liderazgo fiel: escribir la verdad de nuevo, incluso después de que otros hayan tratado de borrarla. Esto es lo que significa administrar la iglesia en un momento como este:

  • Proteger lo que es frágil, como Elishama conservó el manuscrito.
  • Custodiar lo que es santo, como los escribas que se aferraron a la Palabra.
  • Construir lo que se ha roto, como los que reescribieron el manuscrito después de su destrucción.
  • Renovar lo que otros abandonaron, como las comunidades que mantienen viva la verdad cuando el poder intenta silenciarla.

Esta labor de conservación y renovación se concreta en los asuntos que nos conciernen.
Esta reunión del Consejo Ejecutivo no es solo acerca de informes y resoluciones. Es acerca de desarrollar la capacidad de la Iglesia Episcopal para enfrentar fielmente este momento.
 
Consideraremos la Constitución de la Iglesia Episcopal en Navajolandia, un paso que honra la soberanía indígena y profundiza nuestra vida compartida. Este no es simplemente un asunto de gobierno. Es un asunto evangélico.
 
Reflexionaremos sobre el liderazgo de la Agencia Episcopal de Ayuda y Desarrollo, que equipa a la Iglesia para responder a los desastres, los desplazamientos y el desarrollo a largo plazo con justicia y compasión.
 
Participaremos con los Ministerios Episcopales de Migración, no simplemente como una agencia, sino como un ministerio vital y en evolución que responde con valentía e ingenio al desplazamiento global y a la desesperación humana.
 
Elegiremos representantes para el Consejo Consultivo Anglicano en un momento en que la identidad anglicana, la interdependencia y las estructuras de gobierno se ponen a prueba y se transforman. Estas elecciones no son rutinarias; forman parte de la vocación global de nuestra iglesia. Y son especialmente significativas durante el Mes del Orgullo, ya que honramos el testimonio de los anglicanos LGBTQ+ y la valentía de los miembros de nuestras diócesis que se mantuvieron firmes en la defensa tanto de la dignidad humana como de la identidad episcopal, a menudo cuando el resto de la comunión les dio la espalda. Su fidelidad nos llama a elegir líderes que hablen con claridad moral, aboguen por la justicia y reflejen la plenitud de lo que somos como Iglesia Episcopal.
 
Revisaremos nuestra administración financiera con informes de nuestro nuevo Director de Finanzas Chris Lacovara, porque una iglesia llamada a perdurar también debe estar equipada para sostenerse; la claridad en nuestros recursos nos permite ser generosos e intencionados en la forma en que estos se despliegan.
 
Abordaremos la reforma en el proceso de gobierno, incluidas las actualizaciones de nuestros propios estatutos, para asegurarnos de que nuestra forma de dirigir refleje las razones por las que dirigimos.
 
Y escucharemos información de los Archivos de la Iglesia Episcopal, un recordatorio para todos de que la memoria institucional no es solo una labor administrativa, sino también teológica. Esa es la forma en que protegemos las historias que el poder intentó borrar.
 
Por medio de cada una de estas acciones, vamos más allá de la simple administración de una institución: administramos el alma de una iglesia llamada a dar testimonio. Cuidamos las raíces, porque los frutos sin raíces no pueden durar. Esto es valentía institucional, y la valentía institucional no es más que valentía.
 
Quizás esta labor no sea llamativa. Pero es fiel.

Es la forma en que la verdad se escribe de nuevo, en que nos aseguramos de que nuestro manuscrito de la historia se extienda a través del caos.

Escríbanlo de nuevo.

Consejo Ejecutivo, el manuscrito está en nuestras manos.
 
A la familia de toda la Iglesia que lea estas palabras: estén donde estén, ustedes también tienen el manuscrito. En todas las parroquias, en todos los ministerios, en todos los momentos en que elijan la valentía en lugar de la comodidad, estarán escribiendo de nuevo la verdad.

Escribámosla juntos, con el tipo de amor que tiende puentes, el tipo de valentía que dice la verdad y el tipo de fe que sigue escribiendo la historia, incluso cuando otros traten de borrarla.

Porque la resurrección no es solo una conclusión. Es un llamado a escribirla de nuevo.